jueves, 27 de agosto de 2015

Capítulo XXVIII: La eterna unión de los enamorados

Todos los presentes dirigimos nuestras miradas hacia Oriente. Entrelazando las manos, mientras Ralf Hayek exclamaba: “Que la luz celestial nos inunde, llenando de amor nuestros corazones, para cumplir así con nuestras obligaciones.” El círculo mágico acababa de ser invocado, para la unión entre Doña Blanca de Borbón y Don Fadrique consumar. Pudiendo por fin convertirse los apasionados amantes en sólo uno. Correspondiéndonos por tanto pronunciar siete veces: “Per Crucem ad Rosam.” 

Sonaron en tres ocasiones las invisibles trompetas, avisándome de que mi momento había llegado. Así que solté en el centro del cuadro de Logia el polvo de la tumba del Maestre de la otrora poderosa Orden de Santiago, que en el fondo del arca se encontraba depositado. Los restos hispánicos desprendieron una rutilante chispa. Indicándonos que por medio del fuego los novios ya en esposos se habían transformado. Ocupando en el firmamento el lugar para el que estaban predestinados, acabando así con siglos de amargo peregrinaje. (Leer más

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