Empujé la oxidada verja. El jardín estaba repleto de hojas secas. La maleza casi no dejaba ver la casa. Y el desagradable graznido de los cuervos nada bueno presagiaba. Me agarré fuertemente a la mano de Juan en busca de su protección. Él me miró con ojos tiernos y con su cariñosa voz me susurró:
—Magda, tranquila, no es más que una vivienda abandonada. (Leer más)
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